Cooperativa Las Marismas

Y Jerez se llenó al fin de Esperanza…

La Esperanza ya tiene su medalla de oro de la ciudad. Ganada a pulso por siglos de historias, por millones de oraciones contenidas en el brillo de sus ojos. Y sin embargo, es lo de menos… Qué más da que se distinga a quien ya de por sí, es distinta al resto… Para qué necesita la Esperanza medalla alguna de oro, o coronas que le besen las sienes, si Ella, por siempre, tiene ganado el corazón no solo de la Plazuela, sino de Jerez entero… Eso es lo importante de ayer, que Jerez se enamoró de la Esperanza, y que la Esperanza, por fin, demostró que está enamorada de cada rincón de esta ciudad, y no solo de los que se esconden en las sombras que proyecta la torre de San Miguel.

Ayer, la Esperanza fue reina de la calle Merced, señora de Santiago, dueña de la Porvera y amante de cada rincón que perfumó con sus andares. Ayer, la Esperanza dejó de ser la Esperanza de los Niños, para convertirse en la Esperanza de todos, en la Esperanza de un Jerez que le colocó con brillo una medalla en su pecho para que todo el mundo sepa que esta ciudad, sin Esperanza, no es absolutamente nada.

Tuvo mucho que contar la jornada, pero sobre todo, mucho que vivir. El barrio de Santiago fue una fiesta, gritando guapa a la que un día se escondía tras los cierros del Asilo de San José, y al que volvió tras pasar regalando estampas por la calle Merced, plegaria incluida de la peña Tío José de Paula. Los vecinos inventaron petalás a cada chicotá, implorándole a la Esperanza que no se fuera tan pronto, pese a las necesidades de la cofradía, que tenía previsto recogerse antes de la medianoche. La corporación llegó hasta la sede canónica del Prendimiento, y allí se vivieron algunos de los momentos más emotivos de la noche. El reencuentro de la Esperanza con los muros que la cobijaron antes de la famosa venta a la Lebrijana estuvo repleto de instantes para el recuerdo, aunque siendo honestos, resultó un tanto largo, sobre todo para los que aguardaban fuera de la capilla del Asilo la salida de la dolorosa, debido a la glosa poética de Rafael Marín, a los rezos de la hermandad del Prendimiento y a la estrechez del templo.

Mucho más cofrade, más sencillo, más al uso si lo prefieren, fue el saludo con la hermandad de la Soledad. Si al Asilo la Esperanza llegó a los sones de Desamparo, la Macarena se hizo presente en la puerta de la Victoria para recordar al eterno Mariano Ramírez, genial vestidor del siglo pasado de ambas dolorosas. El paso aprovechó la alfombra de flores que la hermandad ubicó en la puerta, la traspasó, y metió la corona de la Virgen de la Esperanza dentro de la iglesia de la Victoria, en un saludo elegante y eterno, de los que dejan un sabor cofrade difícilmente olvidable a los que tuvieron la suerte de disfutarlo. Con Coronación de la Macarena, el paso reviró coqueto a las órdenes de Tomás Sampalo, y buscando la Porvera, caminó la Esperanza hasta San Miguel, con un ritmo vertiginoso y cumpliendo con el compromiso de estar en la Plazuela cuando el reloj tocaba las doce campanadas. Manto rojo, cedido por la patrona de Bornos, nardos como principal exorno floral, la Armada escoltando el paso y un sin fin más de detalles jalonaron la salida de la Esperanza desde la Merced hasta la ermita de la Yedra.

Ya tiene la Esperanza su medalla de oro… Pronto tendrá su corona del mismo metal… Pero qué más da… Lo que tiene la Esperanza, no se compra con dinero. Y lo que regaló ayer la Esperanza… Eso, jamás podremos pagarlo.

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