En épocas estivales, cuando tenemos más tiempo para disfrutar de nuestros niños es cuando desempolvamos todas aquellas pequeñas y grandes historias y relatos que formaron parte de nuestra infancia y transmitimos a nuestros hijos. Casualmente llegó a mis manos anoche esta conocida historia que, tras leerla con el fin de conciliar el sueño de los pequeños, he querido compartirla hoy junto con algunas reflexiones.

“Hace muchos años vivía un rey que era comedido en todo excepto en una cosa: se preocupaba mucho por su vestuario. Por la apariencia, en definitiva. Un día escuchó a dos charlatanes decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar. Esta prenda tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. Por supuesto, no había prenda alguna sino que los pícaros hacían lucir que trabajaban en la ropa.

Sintiéndose algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda o no, el emperador envió primero a dos de sus hombres de confianza a verlo. Evidentemente, ninguno de los dos admitieron que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a la misma. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.

Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla.

Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje, temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño dijo: «¡Pero si va desnudo!» La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El emperador lo escuchó y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile.

Este triste final es el que me hace recapacitar acerca de la visión que tienen nuestros gobernantes de la sociedad. Sinceramente, me gustaría que algún día pudiesen escuchar, levantar la cabeza y ver la triste realidad a la que se enfrentan miles de personas, realidades llevadas al límite de la tragedia al comprobar cómo pierden su hogar y el techo en el que criar a sus hijos.

Lo cierto es que la tragedia de los desahucios no acaba nunca. 1.351 lanzamientos judiciales hubo en 2.013 en la provincia, muchos de ellos jerezanos.

 Mientras los ricos son más ricos (hay incluso un 10% que se ha librado de los estragos de la crisis), las clases medias se vuelven pobres de solemnidad a marchas forzadas. A duras penas llegan a final de mes quienes antes tenían un salario digno con el que hacer frente a gastos comunes como una hipoteca. El empobrecimiento de nuestra sociedad llega a unos límites increíbles. Si antes veíamos en televisión anuncio de ayuda a niños que pasaban hambre en el tercer mundo, hoy son los niños de nuestros familiares, amigos y vecinos los que con mucha dificultad garantizan sus comidas al día.

Por suerte existen en esta sociedad personas sin vendas en los ojos y que dicen la verdad sin la maldad y la manipulación que introducen en sus discursos muchos adultos. Una de estas personas es sor Lucía Caram, una inquieta e inquietante monja que reflexiona sobre política, sociedad, fútbol… que critica duramente las políticas de destrozos de la derecha, anima a la solidaridad y la lucha, y se enfrenta a ese sistema tan aparente en el que vivimos. Una manera de evidenciar la desnudez de unos políticos que creen que visten con sus mejores galas mientras su pueblo pasa hambre y camina harapiento por las calles de nuestras ciudades. O como dice sor Lucía, “si se niega la realidad nada cambia”.

ROCÍO MONTERO, FORO CIUDADANO