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La indiferencia hacia el prójimo del españolito de a pie, lo inhumano de la humanidad

El domingo terminó el estado de alarma decretado por el Gobierno de la Nación hace seis meses. Casi un año y medio después de que tuviéramos las primeras noticias de un virus parecido a la gripe que estaba empezando a hacer estragos en China. El 31 de diciembre de 2019 China informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS), de un extraño brote de neumonía. Un equipo de expertos investigadores de la OMS se desplazó hasta Wuhan y fueron testigos directos de la gravedad de la situación. Rápidamente la OMS alertó a la comunidad internacional pero algunos países miraron para otro lado.

El Gobierno de España con Pedro Sánchez a la cabeza, ignoró desde el principio la magnitud de la amenaza y la posterior tragedia que se nos avecinaba. Teniendo suficiente información, no adoptaron las medidas necesarias y no hicieron caso de ninguna de las recomendaciones que la OMS lanzó los meses de enero, febrero y marzo. No hubo acopio de material sanitario, no se hicieron pruebas de diagnóstico, no se rastrearon y aislaron a los casos positivos y no se alertó a la población, hasta el extremo de que hasta que no fue demasiado tarde se siguieron celebrando actos multitudinarios que contribuyeron a expandir el contagio.

Durante todo este tiempo, hemos sido testigos de cómo Fernando Simón, el Coordinador de Emergencias Sanitarias, un funcionario a la orden del político de turno, nos decía a finales de enero “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado” o “Las mascarillas no son necesarias”. Cuatro olas después y un tsunami, me gustaría saber si le diría lo mismo a las familias de los que ya no están por confiar en él.

Cuando ya no les quedo más remedio, nos confinaron en casa pero nos sacaron a los balcones todos los días puntuales, como quien da un caramelo al que sabe no tiene que comer.

Pusieron en marcha su gran maquinaria publicitaria y cambiaron la realidad de las noticias diarias ocultándonos que estaba pasando en los hospitales, UCIs y en los tanatorios donde ya no había espacio para almacenar cadaveres. Nos ocultaron cómo morían nuestros mayores, en la más absoluta soledad asfixiados por un virus traído de China y que a España no iba a llegar. No pudimos ver cómo las funerarias se quedaban sin recursos transportando, enterrando, incinerando y como un Palacio de Hielo tuvo que convertirse en almacén de cuerpos sin alma, a los que un enemigo solo visible a vista de microscopio había robado la vida, sus sueños y el futuro o como, en caravanas escondidas en la clandestinidad de la noche, se desviaban féretros en camiones a otras zonas de España desde Madrid.

Nos escondieron de la vista como las residencias de ancianos de toda España se convirtieron en mataderos, donde el personal sanitario que asistía a nuestros abuelos moría al mismo tiempo que ellos, cogidos a sus manos. No hubo adiós, no hubo lágrimas, ni repicar funebre de campanas por ninguno de ellos. Las residencias que eran responsabilidad del Vicepresidente Pablo Iglesias y que nadie del Gobierno se atrevió a visitar.

¡Cobardes!

Vimos llorar a nuestros Sanitarios, Guardia Civil, Policia, Protección Civil, Bomberos y Militares que dejaron de trabajar a turnos para trabajar sin descanso hasta la extenuación las veinticuatro horas para salvar una vida más. Servir hasta morir. Sacrificio no recompensado.

Nuestras calles desiertas, donde la naturaleza campaba a sus anchas los meses de encierro con el confinamiento del virus humanidad. Silencio nunca antes vivido en los adoquines de cascos viejos y las plazas con bancos vacíos del murmullo de abuelos, solo roto por los pasos de uniformados velando y el tronar de palmas en balcones al ocaso del día.

Todo el dolor fue maquillado, camuflado, ocultado y minimizado la tragedia, por un Gobierno que nunca reconocerá sus errores. Hicieron y siguen haciendo a diario cábalas con nuestros muertos para esconder la cifra real de fallecidos. Más de 120.000 muertos después, 79.000 según el Gobierno, anoche, 9 de mayo de 2021, terminó el estado de alarma y la gente ignorante de la gravedad de lo que han vivido y de la realidad de la situación actual, salió a la calle a celebrar como si no hubiera un mañana.

Abrazos, bailes, cantos y botellón en masa, como si hubiéramos vencido ya al virus. Ignorando el peligro que nos acecha en cada exhalación del humo ennegrecido de sus pulmones, en cada beso, en cada trago de litrona compartida, en cada grito de babas salpicadas al cielo gritando libertad.

¡Malditos idiotas, ignorantes homicidas!

El Gobierno nos vendió su moto y la insensata población se la compró. Aplausos a las salidas de las UCIs, mítines semanales de aburrido monólogo de safia inconsistencia y las asfixiadas economías del españolito de a pie, vendieron el mensaje del olvido que reforzó la vacunación. Vacuneitor” ha vencido al virus, por segunda vez y también ha vencido la memoria de todos aquellos que su mala gestión ha enterrado o incinerado en la más absoluta soledad. ¿Cuantos aplausos no sonaron de los que no lograron salir de las UCIs?

Termino el estado de alerta y se termino el virus.

Hemos comprado ese mensaje de ignorancia, carente de base científica que nos vende un Gobierno más interesado en su propia supervivencia política que en el interés común. Ojalá no tengamos que arrepentirnos dentro de poco. La vacuna de Sanchez hizo efecto, el rayo desmemorizador que el mercenario Ivan Redondo puso en mano de unos políticos psicopatías, hace que los españoles olviden la humanidad que nos distingue como especie.

Permítame el Sr. Don Carlos Herrera la libertad y que le tome prestado otra vez, el sobrenombre de “Vacuneitor”, dado al que pasará a la historia por “Pedro el mentiroso”. Vacuneitor nos inmuniza contra las noticias que dan la televisión y la radio, gente que muere, niños hambrientos, guerras y horribles crímenes. Su vacuna nos hace indiferentes frente al sufrimiento del prójimo. Nos da igual el padecer ajeno, mientras las calles de la India se llenan de cadaveres en llamas, nosotros aquí, llenando las calles de muertos vivientes, borrachos de fiesta bailando la conga.

Incluso en las calles, anoche, tengo que soportar oír a algún político y no tan político, pero ambos ignorantes, gritar “que vienen los fascistas al canto de libertad, para luchar contra los rojos que quieren repartir riquezas”.

Me pregunto preocupado, si yo soy el único que lo ve.

Alguien me puede explicar, después del fin del estado de alerta ¿De que ha servido todo, para qué tanto sacrificio, tanto trabajo, tanta muerte? ¿Hemos aprendido algo? ¿Cuanto tiempo nos queda? El Gobierno ha logrado lo que la evolución no había conseguido con la humanidad, deshumanizarnos. Y nosotros, felices de ello.

José Miguel Vera Piñero
Un ciudadano con conciencia

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