Cooperativa Las Marismas

Cuando la risa se convierte en la mejor arma

“A veces te preguntas si vamos a arreglar el mundo así, con la risa, y creo que sí, que algo bueno estamos haciendo”. Beatriz Garrido es Lola Mento, o Lola Mento es Beatriz Garrido. En definitiva, Beatriz es una joven jerezana que acaba de cumplir los 34 años y que hace de la risa la mejor terapia. Y es que Bea, que es actriz y maga, acepta abiertamente ese término “tan bonito” como es el de payasa, así, a boca llena.

Esta joven jerezana ha repartido sonrisas por medio mundo. Líbano, Colombia, Costa de Marfil… Y siempre de la mano de la ONG Payasos sin Fonteras (www.payasossinfronteras.org), con los que colabora. Una organización que a Bea le ha servido para experimentar algo que define “como una locura”. Hace poco más de un mes, a solo días de que Israel decidiera responder crudamente los ataques de Hamás, Beatriz regresaba de Palestina. Allí, durante casi tres semanas, esta maga, actriz y payasa estuvo repartiendo sonrisas en los centros de refugiados de Cisjordania.

“Es una locura sin sentido, algo terrorífico”, reconoce Bea tras su paso por una zona ocupada como la cisjordana y que, 20 días después, por el momento sigue en su normalidad relativa. Nada que ver con la franja de Gaza, donde ya hay más de mil muertos y casi 200 son niños. Bea vivía en Jesusalén y cada día tenía que cruzar un muro vergonzoso para acudir a los centros de refugiados fdr la ONU, los colegios de la UNRWA, donde a día de hay ya cobija a 167.000 desplazados tras el incio del ataque terrestre israelí. La experiencia estuvo cargada de anecdotas, positivas y negativas, pero lo suficientemente importantes como para que se le encoja el corazón a la hora de hablar de ellas.

“Hay varios días al mes que el Muro de las Lamentaciones tiene más militares que otra cosa. Fui un viernes y estaba como en una caseta de Feria de tanta gente que había, pero en vez de rozarme con la gente me rozaban las armas”, añadiendo que “aquello ya no es un problema religoso ni territorial, aquello es una locura”. De anécdota a anécdota, Beatriz va relatando cómo ha sido su vida diaria en territorio ocupado: “El chófer que teníamos, Aladdin, era un palestino que trabajaba para la ONU y vivía en Israel, y ese hombre tenía los brazos con marcas por los ataques de los gases y demás, pero era el más risueño del mundo”, comenta, dando a entender que “no les queda otra que reirse porque no pueden salir de allí”.

Y por esa razón, por la risa, Beatriz se marchó sin pensárselo a Cisjordania, para hacer reír a los niños refugiados en los centros de la Naciones Unidas, una zona que tampoco se libra de los ataques del ejército israelí. “Yo no entiendo nada cuando veo esas cosas”, reconoce a la hora de hablar de aquella esperpéntica estampa en la que cuarto niños murieron solo por jugar al fútbol en la playa. “Los niños allí son un amor, simpáticos, alegres… ¡Son niños!”, relata, no sin empezar a contener las lágrimas al recordar todo lo vivido y encadenar más experiencias vividas, en esta ocasión con la comunidad de beduinos, los palestinas más desconociso, aquellos que comparten el desierto “con las urbanización de los colonos, tipo Montealto”, y donde se viven “auténticas barbaridades”, como que “los colonos agujereen las tuberías para que los beduinos no tengan agua”.

Pero Beatriz tiene el mejor remedio, “la mejor cura”, como ella mismo reconoce. Esa no es otra que la ris y, literalmente, “hacer el payaso”. “La gente se relaja, se ríe, se vuelve cariñosa… Y sé que hay gente que no se fía, pero creo que algo bueno hacemos”, reconoce, antes de reflexionar: “Muchas veces me lo pregunto, si vamos a arreglar el mundo asi, con la risa, pero sí, un poco sí que lo hacemos y cada uno hace lo que sabe… Y nosotros sabemos hacer reír”. Pero ahora, a miles de kilómetros de distancia, y con el conflicto encrudecido, esta joven jerezana piensa  “en la gente que conocí y a lo mejor algún niño con los que estuve ahora lo está pasando mal…”. La sonrisa se vuelve en lloro contenido a la hora de pensar en los más pequeños, una infancia que está sufriendo más que nadie las embestidas israelís en Gaza.

“Yo regresaría mañana mismo”, reconoce, a pesar de no entender la situación de una Palestina en la que el conflicto está “normalizado, como si los palestinos se hubieran resignado porque van a estar así toda su vida. Es como si aquí llevamos 15 años de guerra y tú y yo estuviéramos tomándonos algo en un bar, como si nada, y fuera están pegando tiros”. Una situación “tensa” y, como intenta definir más sincera que nunca, “donde todo es muy feo, las relaciones entre ellos, lo que viven cada día”. Pero Beatriz, que ya tiene experiencia en territorios conflictivos gracias a su labor con Payasos sin Frontera, tiene claro que “no somos médicos, ni vamos a salvar vidas o dar alimentos, pero te das cuenta que la risa es curativa”.

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