La Sed es una hermandad con garantías. Con un futuro asegurado, mientras mantenga las bases actuales, las que le han dado vida en apenas unos años, conviritiéndola en cofradía de futuro cuando apenas tenían presente. Una hermandad con mayúsculas, que se transforma en alegría y fervor cuando ponen el imponente crucificado de Elías Rodríguez Picón en la calle.
Una hermandad que trajo a Jerez la banda que nadie quería y que hoy todos quieren, la del Rosario de Cádiz, espectacular en repertorio, fuerza, potencia, afinación y ganas. Y una cuadrilla de costaleros con un capataz eficiente y solvente, competente, Alberto Millán, que ha convertido a la cuadrilla de la Sed en referencia a la hora de analizar cómo debe andar un crucificado con marchas de cornetas por Jerez.
Una hermandad que se volcó, además, en el estreno más rutilante de cuantos tenía, la túnica nazarena, que pese a las dificultades imperantes hoy en esta sociedad en crisis, sacó en un número más que decente, convirtiendo la zona sur en un mar de capirotes blancos, que llenaron la nueva parroquia de San Juan Grande de fe y devoción.
Una hermandad que sueña, ya pronto, con ir a la Carrera Oficial para llegar a la Santa Iglesia Catedral, porque ha demostrado, de sobra, que puede aspirar a ello.













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